"A principios de los años 90 la situación en Bilbao,
capital económica del País Vasco, era desalentadora: ... el país vivía inmerso en el doloroso proceso de la "reconversión" ...El camino desde Bilbao hacia el mar por cualquiera de las dos márgenes de la Ría constituía un espectáculo penoso, pues recordaba un pasado de esplendor donde sólo había abandono y suciedad..".
Con el cierre de las empresas, la tasa de desempleo había llegado a situarse en el 31%. "
(Servicios.elcorreo.com:"Situación de bilbao, años 90")
Y en este contexto, yo, Licenciada en Psicología unos años antes - pero no dispuesta a perder mi tiempo de vida activa en una espera pasiva e infructuosa - buscaba, de nuevo, trabajo.
En una de mis incursiones al ámbito de empleo, encontré y se me ofreció una gran oportunidad: el puesto de comercial en la venta de un dispositivo para realizar análisis de sangre. Me hacían contrato, me ofrecían formación, eso sí, en Madrid durante 4 semanas, ciudad a la que podía acudir con un coche de la empresa que - insisténtemente se me repitió - debía devolver religiosamente cada viernes a mi vuelta.
- Durante varias entrevistas con mi jefe potencial, competí con una desconocida, enfermera de profesión, que también aspiraba al puesto.
- Durante cerca de un mes recibí el apoyo de mi marido y la oposición de mi suegro: ¿trabajar?; si no quería hacerlo en casa, por lo menos, cerca de casa.
- Trás conversaciones en las que tuve que afirmar, por activa y por pasiva, que no íba a quedarme embarazada, que tener hijos era un hecho más que improbable en mi vida...
se me ofrecio la firma del contrato con un sueldo que se me hacía bastante irrisorio - por la formación que yo tenía y las exigidas competencias del puesto - pero que se ajustaba con exactitud (ni un mínimo más por encima) al convenio del sector en el que se enmarcaba el trabajo.
Era una oportunidad de volver, de aprender, de seguir, de crecer...
Cuando me presenté en la asesoría para firmar el contrato, el sueldo "x" prometido se había convertido en el sueldo "x-y" ("es lo marcado en el convenio", se me afirmó) y aunque "y" no era cuantioso, no dudé un segundo en decir "NO".
No al "despiste" de mi futuro jefe, No a la falta de palabra, No al juego déspota, No a las promesas incumplidas, No a una relación laboral enferma desde el principio.
No me podía permitir perder un trabajo , pero tampoco dar por válida una relación basada en la mentira.
Mi marido me apoyó, mi suegro respiró y yo continué mi periplo, con la cabeza bien alta y despejada. Me sentí afortunada: pude decir NO.