Acercándose lentamente por el pasillo central
del brazo del patriarca,
acercándose sonriendo a otro rostro lejano sonriente,
escuchando sin escuchar el himno nupcial
giró la cabeza hacia atrás
y su corazón dejo de latir alegre...
su mirada se hizo marasmo,
y a su piel congelada, metálica,
color asfalto,
se adhirió su vestido convertido en sal de mar
petrificada.
Comenzó a desprender un fuerte olor a azufre
Se sentía arder, quemar
y un último pensamiento, sentimiento, emoción,
dolor intenso,
le cruzó el cuerpo de arriba a abajo
cual cruel latigazo,
justo cuando el sol
que atravesaba con sus rayos las vidrieras emplomadas
y que hasta entonces coloreaba
con luces y sombras
el atrio,
se oscureció.
El recuerdo conserva una antigua retórica, se eleva como un árbol o una columna dórica, habitualmente duerme dentro de nuestros sueños y somos en secreto sus exclusivos dueños.